Vivimos en un mundo extremadamente cambiante, sin embargo, la violencia basada en género sigue siendo un problema de la humanidad; parece que algo nos detiene y no nos permite revisar nuestras costumbres, los “mandatos” de la cultura y lo hegemónico, que se refiere a la predominancia de un grupo de poder sobre otro.
¿Qué tenemos que revisar? Aquello que viene como lo conocido y aceptado por todos, lo instituido que toma mucha fuerza en nuestra forma de pensar y nos ata, remitiéndonos a la repetición de formas de crianza violentas, en conjunto con la idea de un género con mayor valor sobre otro.
La violencia de género es el tipo de violencia que se interpone al ejercicio libre y en igualdad de los derechos de personas por su género, basada en su género. Se realiza mediante un acto intencional de fuerza física, amenaza, maltrato, etc. en la vida pública o privada. Da como resultado daño o sufrimiento físico, psicológico, sexual, coacción, privación arbitraria de libertad, etc.
¿Cómo y dónde se expresan estos mandatos culturales?
La familia
La familia es la célula fundamental de la sociedad, donde se aprenden los principales valores y costumbres que regirán gran parte de la vida adulta de sus integrantes.
Es posible que en ella se reproduzcan formas violentas de crianza al intentar “adaptar” a la fuerza al niño o niña a los modelos socialmente aceptados, replicando métodos que hemos asimilado -sin pensarlo- de la sociedad en la que vivimos, los cuales incluyen muchas veces castigos físicos.
Si el niño (a) no reacciona a dicho castigo, pueden ser sometidos a más violencia. De esta manera, tanto el adulto que violenta como el niño (a) violentado (a), que termina siendo sometido o convertido en rebelde, se ven inmersos en un contexto de agresividad y sumisión que repetirán en su vida adulta cuando se vinculen con diversas personas porque los perciben como “la forma correcta de hacer las cosas”, la educación violenta está “naturalizada”.
La sociedad
La visión general de la sociedad normaliza y premia ciertas actitudes y patrones de conducta, formalizando así patrones violentos que deberían ser cambiados. Un ejemplo se encuentra en la preminencia del patriarcado que ejerce el poder a través del sustento (el hombre trabaja y la mujer se queda en casa), el cual cuenta con la aprobación social y, muchas veces, de la ley. Es así como, desde la primera infancia, se va absorbiendo la inequidad de género en el seno de la familia y en las diferentes instancias sociales. Otro ejemplo en la familia es que la mujer hace las tareas del hogar y el hombre “ayuda”.
Podemos tener un discurso de igualdad entre hombres y mujeres (por ejemplo, todas las personas deberían recibir el pago justo de acuerdo con sus competencias), pero en la manera de conducirnos seguimos repitiendo los patrones preestablecidos de inequidad (las mujeres reciben un menor pago que los hombres en iguales puestos de trabajo).
Equidad y diversidad son dos conceptos que no están incluidos en la perspectiva tradicional donde existen dos géneros, con roles totalmente definidos e inamovibles, “naturalizados”, en donde es difícil cuestionar lo que está mal, incluso percibirlo, porque es tan cotidiano que los vivimos como natural, aunque no lo es.
¿Qué resultado produce?
Naturalizar en nuestra mente una identidad violenta a la que se suma la representación de solo dos géneros, atrapados en una realidad inamovible, logra como resultado que el pensamiento se polarice, yendo de un extremo a otro. Por un lado, hay un ejercicio sutil del poder mediante discursos amorosos que parecieran indicar sobreprotección y cuidado; mientras que, por el otro, se puede llegar hasta crímenes de odio si la persona no se ajusta a los roles de género establecidos.
¿Qué podemos hacer?
El cambio que necesitamos realizar se encuentra en nosotros mismos, al entender, aceptar y respetar a las personas como seres humanos, sin distinción, desde que nacen y a lo largo de su vida.
Aproximarse a la persona desde que es bebé para conocer su naturaleza y sus necesidades particulares, respetando a la persona “real” que es, con sus peculiaridades, sin el intento de “forzar” su desarrollo para ajustarlo a lo que tradicionalmente se considera pertinente.
El reconocimiento y respeto generados en el ser humano desde la infancia, al ser vividos y asociados con sentimientos gratos como el de ser entendido en su subjetividad y sentirse aprobado, posibilita, igualmente, vínculos de consideración y respeto que la persona va a reproducir cuando sea adulta.
Se hace necesario agudizar nuestra mirada para detectar lo que consideramos natural y cuestionar lo establecido por este sistema patriarcal y hegemónico, que nos impone formas de pensar y actuar.
Es necesario permitirnos adquirir nuevas formas de ver las cosas, abrirnos actitudinal y emocionalmente, aceptar el miedo que genera la perspectiva de cambio del paradigma establecido, de las costumbres impuestas e ir al encuentro de nuevas posibilidades evolutivas que tenemos como humanidad, en donde las personas sean respetadas por su esencia y no por el rol o expectativas que la sociedad le imponga.
¿Sientes que eres víctima de violencia basada en género? En CAPS podemos ayudarte. Escríbenos a psico@caps.org.pe o llámanos a los teléfonos en Lima: 936 577856 / 9610366 610 / 970 854 076 / 970 844 672 / 936 577 856 o en Tumbes: 936 585 694 / 936 579 158 en donde un equipo especializado te brindará la orientación que necesites.
Publicado en la plataforma de VenInformado el 26 de abril de 2021. Por Elsa León Grillo, psicoterapeuta del CAPS. Fotografía: Alex Green, banco de imágenes gratuito Pexels.