Las demandas de atención usualmente acontecen en momentos donde los tránsitos por la vida enfrentan acontecimientos que nos hacen percibirnos vulnerables. El yo capta una especie de fragilidad que lo hace sentirse débil o insuficiente para encarar situaciones externas o internas. Esa fragilidad pone en cuestión la capacidad de nuestros egos para asumirlas y resolverlas.
En ocasiones, a estas situaciones se les denomina traumáticas, para señalar que esa fuerza a la cual nos somete la realidad (externa o interna) puede llevar no solo a vulnerar el yo, sino a fracturarlo o romperlo. El catálogo de esas situaciones varía desde el leve aleteo de una mariposa hasta las grandes catástrofes con las que nos desafía la violencia y la agresividad humana.
Algunos individuos poseen capacidad para adaptarse fácilmente a cambios drásticos en los entornos que los rodean, pueden asimilar el impacto de la fuerza que los golpea, pueden metabolizar de manera más armónica y equilibrada los efectos que los eventos traumáticos generan; pero, por diversas razones, habrá otros individuos que no tienen la resiliencia o elasticidad para responder a las exigencias que implican nuevos sucesos que nos acontecen en la vida, ya sea por situaciones externas o internas.
Un ejemplo reciente para entender esto que intento explicar podría observarse en la situación de encierro que generó la pandemia. Para algunos terapeutas la adecuación de un proceso clínico a un dispositivo virtual y/o telefónico generaba objeciones puesto que consideraban esencial la presencia corporal para efectuar un trabajo. En relación a este aspecto, muchos de aquellos terapeutas que no respondían a demandas de pacientes sobre cambios de espacio y, de alguna manera, les imponían traslados desde lugares lejanos para ser atendidos, tuvieron que acatar las restricciones que las medidas sanitarias preventivas introdujeron en nuestras vidas; una norma que se veía como absoluta e invariable tuvo que adaptarse a las nuevas circunstancias que exigía la vida en tiempos de coronavirus. Todo esto ha generado un cúmulo de reflexiones en el campo psicoterapéutico en torno a los efectos de la atención virtual en comparación con la atención presencial.
Los migrantes venezolanos parecieran desplazarse sobre líneas de fuga que se imponen en sus vidas como destino obligado, frente a líneas de retorno a la tierra original que operan con dejos de nostalgia y melancolía. Los pacientes que estudiamos y atendemos desde el CAPS viven los dolores del desarraigo y viajan con el duelo entre su equipaje; hoy están en cualquier distrito limeño, pero mañana pueden estar en un distrito distinto o en otro lugar del Perú, si es que no han decidido seguir el periplo sudamericano. De igual manera, hoy laboran en algún lugar que no necesariamente implica que mañana permanezcan ahí y sus relaciones amorosas y familiares también sufren, se rompen y se intentan reconstruir en la dinámica de una movilidad que no cesa y que no logra, si ese es el fin, un asentamiento seguro y permanente.
En ocasiones, no siempre, observo una actitud de búsqueda para que los pacientes no se pierdan en medio de su deambular vital: la institución intenta apegarlos, adherirlos, a un proceso que les represente una sensación de estabilidad espacial frente a la inestable relación que pueden entablar algunos de ellos con el tratamiento. En esa situación de migración intentamos tejer redes que les permitan anclarse emocional y espacialmente.
De alguna manera intentamos alojarlos como se hacía en la antigüedad con los rituales de la hospitalidad. El desarraigado, el exiliado, el migrante, es un extraño para nosotros, un extranjero; portan en su migración huellas diversas, formas de sentir y percibir que posiblemente ya no puedan reconstruir, modalidades de interacción o vínculo que tienen que desaparecer para que emerjan nuevas maneras de relacionarse. ¿Cómo alojamos a ese otro? ¿Qué podemos brindarles para calmar el desasosiego del desarraigo?
Dentro de esta noción de búsqueda de un centro espacial y/o emocional hay una vicisitud que llama mi atención: me refiero a la dificultad que tienen algunos pacientes de encontrar un espacio de intimidad; lo que se hizo más evidente en medio de la situación de pandemia que se vivió en los últimos meses. Algunos pacientes tienen por espacio tan solo una habitación en la cual se hacina toda la familia o tienen que compartir un único aparato celular. Se pierde el espacio de origen –Venezuela–, se pierden relaciones familiares, se pierden referentes identitarios espaciales, geográficos, sensoriales, profesionales. Pero al habitar el mínimo espacio de hacinamiento que han podido construir en el nuevo territorio peruano también se pierde la construcción del espacio de intimidad necesario para el proceso de diálogo terapéutico.
Un equipo que piensa en comunidad a sus pacientes permite un pensamiento diverso, un intercambio de diferentes puntos de vista que nos dan una lectura y un ámbito de intervenciones más amplio y donde el cruce de saberes diversos permite abordar la complejidad de lo humano.
En este sentido, toda atención comunitaria debería tener espacios de intercambio grupal que sirvan no solo como espacios de comprensión de los pacientes, sino que permitan a los terapeutas tener una institucionalidad donde se pueda contener el impacto emocional que nos genera este tipo de atención en situaciones de vulnerabilidad.
Cualquier atención que podamos realizar siempre tendrá el signo de la insuficiencia o la incompletud. Por ello no podríamos pensar que el objetivo es limitar el sufrimiento humano, en ocasiones el objetivo tendría que ver con eso que Freud llamó análisis didáctico en Análisis terminable e interminable, pensando en las personas que estaban interesadas en ejercer la labor como psicoanalistas. Para Freud, esta propuesta tenía como fin que las personas lleguen a entender cómo los elementos internos de la vida afectan y construyen, de alguna manera, la situación que están viviendo, o también cómo algunos de estos elementos soportan el sufrimiento vivido. Es permitirles entender que cada uno de nosotros es causa de su propio sufrimiento o al menos aporta algo en el sostenimiento de esa situación dolorosa. Lo otro, lo que se refiere a las causas externas, que muchas veces se presentan como insalvables, son condiciones de hecho, generadas por la situación de migración que aqueja a las personas que el CAPS atiende.
CAPS. Por Fernando Orduz, psicoanalista, miembro titular de la Sociedad Colombiana de Psicoanálisis. Fotografía: Archivo de CAPS. 11 de diciembre de 2022.
Este es un resumen del artículo publicado en CAPS (2022) “Salud mental en tu equipaje – Sistematización de la atención psicosocial”. Páginas. 49-56.