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De la situación de la migración venezolana a Perú

La migración es un fenómeno histórico y universal que explica el movimiento que ha tenido el hombre para construirse como tal. Es así que los seres humanos han ido movilizándose a lo largo de la historia por diferentes motivos: la necesidad de alimento, la huida para salvarse de las guerras, la búsqueda de nuevas y óptimas oportunidades, por procesos culturales e históricos, entre otros.

En América Latina hay una larga historia migratoria: ciudadanos de las diferentes naciones se han trasladado, no solo al norte, sino entre los mismos países de América del Sur, buscando mejores oportunidades de vida.

Hacia el 2017, según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), Venezuela se convirtió en el tercer país con mayor número de solicitantes de refugio después de Afganistán y Siria. “Recientemente asistimos a un nuevo flujo migratorio latinoamericano; esta vez, protagonizado por ciudadanos venezolanos que prácticamente huyen de su país debido a la grave crisis institucional, económica, política y social que afecta a dicha nación”1. Los países a los que ha migrado la población venezolana son Colombia en primer lugar, seguido de Perú, Ecuador, Brasil y recientemente Chile.

Perú ha recibido más de 1.3 millones de personas migrantes y refugiadas venezolanas desde el año mencionado, número que continúa en ascenso pese a las medidas de restricción dadas desde el gobierno. Según el Banco Mundial, antes de la crisis sanitaria, el 18% de esta población vivía en situación de pobreza, el 14% en pobreza moderada y el 4% en pobreza extrema.

Sobre las condiciones de integración de la comunidad venezolana, Koechlin et al. (2021) concluyen que son extremadamente precarias, acentuándose por la falta de acceso a la documentación que dificulta la inserción laboral y la permanencia regular en el país, lo cual podría empujar a algunas personas a situaciones de informalidad e ilegalidad.

Con la crisis sanitaria, el Estado peruano adoptó diversas medidas como el cierre de fronteras que propició una inmovilidad forzada o movilizaciones inseguras por caminos irregulares y sin acceso a ningún servicio público, siendo estas circunstancias mucho más difíciles en la región Tumbes.

La migración ha sufrido con mayor impacto e intensidad la emergencia sanitaria producida por la pandemia de la COVID-19. Después del confinamiento, esta situación se ha agravado para la población migrante y refugiada, incrementando sus niveles de pobreza al no permitirles desarrollar en muchos de los casos trabajos informales como el comercio ambulatorio, que les generaba ingresos para la sobrevivencia diaria. El cierre de diversos comercios, que empleaban precariamente a la población, dio lugar al despido de los pocos que tenían trabajos formales.

Asimismo, las medidas adoptadas para mitigar las consecuencias económicas de la crisis sanitaria, principalmente mediante la entrega de bonos, no incluyeron a la población venezolana; con lo cual esta se vio aún más precarizada, enfrentando el desalojo de sus viviendas y la pérdida de sus empleos, entre otras consecuencias. 

La falta de redes de apoyo, la precariedad del estatus jurídico y el aumento de las necesidades relacionadas con la salud mental y la atención psicosocial (las cursivas son nuestras)2 son factores que han agudizado la crítica situación de los venezolanos.

Desde sus inicios, el Centro de Asistencia Psicosocial (CAPS) ha dado respuesta a la población en situación de vulnerabilidad, al principio proporcionando atención psicoterapéutica al interior de la secretaría ejecutiva de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos (CNDDHH).

Desde el año 2017, considerando la emergencia originada por la migración forzada de venezolanos –grupo vulnerable que en su primera ola migratoria fue aceptada por un sector de nuestra población, y posteriormente fue discriminado y estigmatizado, con claras muestras de xenofobia y racismo–, el CAPS nuevamente da una respuesta humana y solidaria para su atención psicosocial.

Debido al desplazamiento forzoso, las necesidades de protección y de ayuda humanitaria que requiere la población refugiada y migrante son abrumadoras. ACNUR ha dirigido sus esfuerzos a conformar una red de instituciones locales que contribuyan a que los migrantes venezolanos puedan integrarse a la sociedad peruana, convocando entre ellas al CAPS, que puso en marcha el proyecto “Desarrollando bienestar psicosocial para la población refugiada, migrante y de acogida en Perú”, cuyo objetivo fue dar una respuesta a las necesidades psicosociales de la población migrante y refugiada prioritariamente venezolana, mediante servicios especializados en salud mental.

Desde su fundación, el CAPS, como institución que promueve los derechos humanos y la salud mental, plantea un enfoque psicosocial, basado en la comprensión psicoanalítica y las respuestas que esta tiene para entender al ser humano en su relación con la sociedad, con una lectura de los fenómenos sociales desde un análisis psicodinámico.

El Perú tiene una larga historia de racismo y discriminación. Al haber sido conquistado, carga históricamente elementos de exclusión que son parte de nuestro funcionamiento como país. Max Hernández (1993), en su libro sobre el Inca Garcilaso de la Vega, el primer emblemático mestizo brillante, proporciona alguna luz sobre la mutación de la experiencia cultural en este encuentro, la violencia que se vivió y las angustias identitarias que “asedian la aldea global contemporánea”.

El psicoanalista peruano Jorge Bruce (2019) hace un estudio sobre el racismo y la discriminación en la sociedad peruana, planteando que el racismo lleva consigo un entrampamiento clave entre los sentimientos de “resentimiento” y “remordimiento”: el resentimiento del discriminado y el remordimiento del discriminador. El primero proviene de la envidia (vinculada a la desigualdad) que es una manifestación de la llamada “pulsión de muerte” psicoanalítica y el segundo se encuentra anclado a la culpa inconsciente y a su consecuente necesidad de castigo.

Reconocer que el “yo” se constituye excluyendo lo que le es ajeno por percibirlo amenazante, no significa que debamos aceptar la xenofobia como algo inevitable. La humanidad ha construido todo tipo de prohibiciones y barreras para limitar la expresión del odio que, en última instancia, está ligado a las tendencias más destructivas que habitan en el ser humano, o aquello que Freud llamó “pulsión de muerte”.  

El problema es que la xenofobia no solo se circunscribe al chiste cruel, al insulto callejero o al gesto hostil pero intrascendente. Cuando el otro se constituye en una amenaza, a la larga será necesario reducirlo, degradarlo, despojarlo de su condición de sujeto y, por tanto, del ejercicio de sus derechos.

Por otro lado, desde el lugar que ocupa, al migrante le resulta difícil integrarse al nuevo entorno. Esto lo podemos entender aludiendo al dios Jano de la mitología romana, quien   tiene dos caras: una que mira al pasado y otra que mira al futuro. Podemos decir que eso es más o menos lo que le pasa a los migrantes. Todo lo ven a la vez. No pueden mirar el presente sin mirar al pasado y el pasado les viene constantemente a la mente en contraste con el presente (Lloret, 2021).

Al no sentirse capaces de cumplir las expectativas que tenían al migrar al Perú, lo que afecta en gran medida su proyecto de vida personal, empieza un discurso interno que se agrede a sí mismo: “¿Para qué viniste? Mira lo mal que te está yendo, no valió la pena”. Este sentimiento de culpa frente a la situación que están atravesando puede llegar a desencadenar una depresión u otras patologías. Entre los principales síntomas que se atienden en consulta se encuentran: dificultad para dormir, ansiedad e irritabilidad, Distintas somatizaciones, como problemas de presión alta, cardíacos, en la piel, sistema inmunológico afectado, los hacen más proclives a contraer enfermedades3

El estudio realizado en el 2021 por CAPS, con el apoyo de la Fundación Panamericana para el Desarrollo (PADF), sobre 342 personas encuestadas (90% venezolanas y 10% peruanas), identificó situaciones de vulnerabilidad y necesidades psicosociales de mujeres y adolescentes a consecuencia de la violencia basada en género. La encuesta mostró que la percepción sobre las situaciones de violencia más frecuentes que enfrentan las mujeres obtiene los siguientes porcentajes: violencia psicológica (16.9% de los encuestados), xenofobia (12.3%), violencia física (12%) y discriminación (11.5%). El mismo estudio encontró que los tipos de violencia más frecuentes sobre las niñas y los niños, en la percepción de las personas encuestadas, son la violencia psicológica (81.9%), la violencia física (68.7%) y el bullying (75.4 %). Las menos frecuentes son la trata de personas (35.4%), la violencia económica (31%) y la mala atención en las instituciones del Estado (21.9%). 

Siguiendo el estudio de CAPS, la identificación de las situaciones de salud mental en las mujeres a través de la Escala SRQ-18 –que tiene estudios de validación a nivel global y en el Perú– encontró que el 5% de las personas de la muestra no manifiesta síntomas de ansiedad y depresión. El 26.6% señala que tiene hasta cuatro síntomas y el 25.7% indica la ocurrencia de entre cinco y ocho síntomas, lo que expresa la presencia de síntomas de ansiedad y depresión generadores de malestar, pero que aún no son significativos a nivel clínico. El 42.7% tiene más de nueve síntomas, lo cual puede considerarse como la presencia de síndrome depresivo-ansioso clínicamente significativo y que requiere atención prioritaria.

Para atender estas necesidades se ejecutó el proyecto “Desarrollando bienestar psicosocial para la población refugiada, migrante y de acogida en el Perú”, con el fin de articular esfuerzos que permitieron hacer frente a este difícil contexto. Se ofreció atención psicosocial para satisfacer las necesidades de salud mental. Esto redundó en mejores condiciones de vida para la población refugiada y migrante, con el fin de que se constituyan en sujetos de derechos, que puedan acceder a empleos dignos y formales, y cubrir sus necesidades básicas. 

El proyecto buscó fortalecer las capacidades de los operadores de servicios, y así asegurar la articulación entre sectores y la implementación de instrumentos operativos de acción conjunta que den visibilidad a las condiciones y necesidades de las personas sobrevivientes de violencia basada en género entre la población venezolana en Perú.

1    Ver: https://www.r4v.info/sites/default/files/2021-06/GTRM_TdR_diciembre2020_vf.pdf
2    Ibídem.
3    Informes Proyectos ACNUR 2021 y 2022.

Por Carmen Wurst, psicóloga – psicoterapeuta psicoanalítica del CAPS. Fotografía: Archivo de CAPS. 10 de diciembre de 2022.

Este es un resumen del artículo publicado en CAPS (2022) “Salud mental en tu equipaje – Sistematización de la atención psicosocial”. Páginas. 11-19.

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