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La identidad personal es el sello que cada individuo ha ido formando desde su nacimiento. Es esa cualidad de la existencia humana que hace que cada persona sea única porque es una síntesis que agrupa sus múltiples aspectos físicos, psicológicos, interpersonales, sociales, culturales, ambientales, políticos, históricos, entre otros.

Aunque es un factor para considerar, la identidad personal no es un hecho biológico contenido en el ADN del que se va a extraer una forma de sentir a sí mismo con los demás. A diferencia de la semilla de una planta, el ser humano no está determinado de antemano.

La identidad se construye desde nuestros primeros contactos con la figura materna, la forma particular que tiene cada individuo de reaccionar afectivamente a los estímulos (conocido como temperamento), la relación con la figura paterna, el clima emocional en las relaciones familiares, las crecientes capacidades de autorregulación e interacción emocional en los vínculos más cercanos y, posteriormente, en las diversas experiencias que cada sujeto tiene en sus años escolares con sus pares, profesores y las personas de su entorno. En cada mente o psiquismo se alberga un agente creador que, desde el nacimiento, está buscando armonizar e historiar diferentes experiencias físicas, sensoriales, cognitivas, emocionales y conductuales en una personalísima manera de ser en el mundo.

Pilares de la identidad

De acuerdo con el psicoanalista Erik Erickson (1974), la identidad tiene tres pilares:

  1. La experiencia de ser siempre, ser uno y no otra persona, conocido en psicología como mismidad.
  2. La experiencia de continuidad, es decir, que las imágenes de mi yo del pasado, presente y futuro tienen una secuencia e integración en el tiempo.
  3. Las personas del entorno social conocido nos reconocen y a la vez los reconocemos en un sentido de pertenencia social.

Estos tres pilares se van construyendo en virtud de varios procesos subjetivos y de interacción, uno de ellos es la interiorización de referentes identitarios. 

¿Qué y cuáles son los referentes identitarios?

Los referentes identitarios son personas, valores, principios, objetos, costumbres, expresiones culturales, instituciones, etc., que tienen un conjunto de significados para un individuo a partir de los cuales se autodefine, posiciona y relaciona; brindándole un sentido al modo en cómo se percibe y percibe a los demás. “Yo soy hincha del Sport Boys, chalaco de nacimiento y me gusta la salsa por encima del merengue” es una forma de expresar referentes identitarios para presentarse a sí mismo ante otras personas.

En una pregunta como ¿Qué es lo que extrañas de tu país?, las respuestas enumeran rápidamente los principales referentes: la familia, la pareja, las amistades, los lugares en los que creció, el clima, el idioma y las jergas, las comidas, las expresiones culturales, los recuerdos de infancia o juventud, las formas y convencionalismos al relacionarse socialmente, la carrera o el estudio, los trabajos, etc.

Una persona que emigra a otro país pierde varios de estos referentes, no porque hayan dejado de existir o de realizarse, sino porque el individuo ha salido del entorno familiar, social y cultural en el que se experimentaba a sí mismo con los demás. Es como un pez que, acostumbrado a su pecera, le cambian completamente su hábitat. Sigue siendo y sintiendo como antes, pero respira y se mueve en otro ambiente, lo que le exige que haga cambios para ajustarse a su nuevo entorno. Este proceso no es nada fácil porque implica la pérdida de referentes que funcionan como anclas a tierra para la identidad personal. Al perder varias de estas anclas, la identidad pierde la firmeza que solía tener. ¿Quién soy en esta nueva tierra? Aquello que antes ayudaba a tener certezas concretas de mismidad, continuidad y reconocimiento, el migrante y refugiado las ha perdido.

La aceptación como mecanismo para evitar las comparaciones

Lo que puede diferenciar a las personas migrantes y refugiadas es la capacidad de asimilar los nuevos referentes de la comunidad de acogida. La pregunta que surge es ¿Qué tan dispuestos están a tolerar la pérdida de referentes sin la necesidad de movimientos defensivos drásticos? En este artículo solo me referiré a una actitud defensiva que obstaculiza esta transición adaptativa: la idealización/desvalorización.

Cuando se estaba en el país de origen se desvalorizaba, rechazaba, denigraba varios de los aspectos de la vida cotidiana a la vez que se resaltaba, engrandecía, idealizaba aquellas cosas que se sabía del país de acogida.  Es la actitud de “me voy con el/la más bonito/a porque tú estás feo/a”. Una vez en el país escogido, pasadas las semanas y meses iniciales, se idealizan nuevamente los recuerdos del país de origen y los referentes dejados y, ante las primeras experiencias frustrantes, se desvaloriza y rechaza los que el nuevo país ofrece.

Este mecanismo defensivo de la idealización y desvalorización es un mal consejero porque coloca al migrante y refugiado en una posición de percibir sus experiencias desde la frustración al comparar “las cosas buenas de allá, en mi país” con “las cosas malas en este país”; generando un sentimiento de desilusión y exigencia a la nueva comunidad por supuestas promesas no cumplidas, y de resentimiento por los eventuales rechazos que se experimentan como extranjero.

Confrontar este patrón de pensamiento de comparaciones idealizadoras y desvalorizantes, aceptando que toda comunidad tiene tanto aspectos positivos como negativos, permite tener una mejor actitud para fortalecer el sentido de pertenencia en la comunidad de acogida y abrirse a los nuevos referentes que esta ofrece. No se tiene por qué perder el gusto a la arepa al hacerse hincha del ceviche.

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Publicado en la plataforma de VenInformado el 7 de enero de 2021. Por Carlos Jibaja, psicólogo del CAPS. Fotografía: Óscar Pacussich. Propiedad de Lutheran World Relief.